jueves, 18 de octubre de 2012

El Rincón de Argimiro: el día que me quedé sin móvil como sin abuela

A mí. Sí, a mí. Estas cosas sólo me pasan a mí. Para un día que me da por salir… ¡Voy, y la lío! Y para colmo, fue antes de que estas gentes tan amables de TeloGarantizo decidieran contratarme para salir a esta ventanilla para asesoraros a todos… En fin, pues os voy a pasar qué fue lo que me ocurrió con una botella de vino y mi móvil una noche de parranda con unos amigos.


La cosa fue tal que así. Servidor tiene una cuadrilla (“La Peña de Moisés” nos hacemos llamar, porque todos le vimos levantar las tablas de los Diez Mandamientos en primera fila) que, muy de vez en cuando, se junta para salir de vinos y contarnos nuestras batallitas (la del 14, la del Monte Gurugú, etc., entre otras). Aquel día, si no me recuerdo mal, hará un año o así, nos pegamos un banquete a base de cordero y judiones de El Barco… ¡Pantagruélico, como decía mi compadre, el Tomás! Y todo regado con un vino de la Ribera del Duero. ¡Para vernos!

Pues nada, que a mitad de la cena el morapio empieza a ser su efecto y cada uno empieza a salir por peteneras: que si esta canción, que si la otra, que la de más allá. Y el vino, venga a correr de un lado a otro de la mesa. Y en estas, voy y le enseño a mis compadres más cercanos, al Isaías y al Bartolomé, el móvil que me habían regalado mis hijos hacía nada, un par de semanas. Y con las risas del momento, que no eran pocas, va el Isaías y nos dice:
─ ¿Pero todavía no lo has bautizado?

Y el Bartolomé y yo, que lo miramos con una cara de pánfilos de aquí a Móstoles, nos echamos a reír. Y el Isaías, todo serio, nos vuelve a repetir otra vez lo mismo:
─ ¡Que sí, que sí, que hay que bautizarlo para que lo disfrutes con salud!
Y ni corto ni perezoso, y mientras nos conteníamos las lágrimas de la risa, va el amigo, coge una botella que tenía a medias y empieza a derramar el vino sobre el móvil repitiendo una letanía:
─ ¡San Jeremías y San Casimiro, que el móvil le dure mucho al Argimiro!
El Isaías vertiendo el vino sobre el móvil y los gritos de los demás al unísono, jaleándolo con palmas, fue poco. Total, levanté el móvil y se lo enseñé a todos gritando a voz viva:
─ ¡Ya está bautizado! ¡Ya está bautizado!

Y a pesar de la clavada que nos pegaron en el restaurante, que esa fue también para verla, con el cocido que llevábamos en el cuerpo terminamos de apurar las botellas que quedaban en la mesa y decidimos salir a la calle, a ver si el fresco del invierno, porque era invierno, nos despejaba un poco la cabeza. En esas, cojo el móvil tras despedirnos de todos, menos del Isaías, que vive en mi barrio, y veo que no se enciende. Después de intentarlo tres o cuatro veces, aquel me dice todo serio:
─ Es que no está acostumbrado a beber, como nosotros…

Y nos empezamos a reír de tal manera, que los pocos rezagados que aún no se habían marchado se unieron a nosotros y terminamos la noche lanzando vivas a todo el santoral por las calles del viejo Madrid.

A la mañana siguiente, el móvil seguía sin funcionar. Y mi mujer, cuando lo cogió y comprobó que tampoco funcionaba, me echó una bronca que porque estaba resacoso, que si no…

Y sin seguro que lo cubriera. Vamos, que me quedé sin móvil al igual que sin abuela. Eso sí, murió católicamente, que ya se fue bautizado para el otro mundo.

Pues si no queréis que os pase lo mismo que a mí, aseguradlo. Que en TeloGarantizo cubren la derrama de líquidos sobre los móviles y esas cosas.

Por si las moscas.

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