Lo de este hombre es un caso. Le duran las cosas lo mismo que un caramelo a la puerta de un colegio. O sea, nada. Lo último, un Aifon. ¿Sabéis eso de si culo veo, culo quiero? Pues como se quedó sin móvil después de la hazaña que cometió en la taberna del Jeremías, y vio el mío, dijo que quería uno también. Ayer se quedó sin él. Por bailar. Aunque yo más bien diría que por tonto.
Los que seguís habitualmente estas líneas vais conociendo el percal con el que me junto. Especialmente mi compadre, el Matías. Una alhaja, el tío. Y como bien os conté el lunes, no hace mucho se quedó sin Smartphone por hacer el ganso en la taberna del Jeremías. Total, como de envidioso tiene un rato, y al ver mi Aifon, no tardó en comprarse uno. El Matías anda bien de cuartos, y además tiene una pensión muy maja, así que no le escoció mucho la adquisición. Hasta ayer.
Ayer organizaron baile en el hogar de la 3ª edad al que vamos de vez en cuando. Bailes agarraos y sueltos, de todo un poco. Lo que se tercie, vamos. Allí nos juntamos como cincuenta o sesenta personas, y después de dos pasodobles y un tango –el que pone la música, que es un cachondo, el jodío-, los altavoces empezaron a atronar la canción del chino ese que no hace más que dar botes y que parece que va a galope encima de la mula. Y se ve que la canción es la peste, pues está en todas partes. Así que cuando empezaron a sonar las primeras notas, aquello se desmadró y quien más, quien menos empezó a bailar como lo hace el susodicho; que, viéndolos, me acordaba de la siega en verano y de lo rápido que la hubiéramos acabado si los que montaban las mulas y yeguas le hubieran echado las mismas ganas al asunto. «Op, op, op candastail», chillaban los altavoces. Y en estas, le sale la vena protagonista a mi compadre, el Matías, que se lanza al centro de la sala dando botes como un condenado y a grabar a los que, como él, habían empezado a bailar.
-¡Opacandastail! –repetía enfervorizado, el amigo.
En estas, se pone a grabar con el aifon a los que estaba pegando cabriolas. Y cuando llega el momento de coger las riendas como si la mula estuviera abrevando, al tercer bote pasó lo que se veía venir. Sí, alguno también lo ha adivinado. Sois gente lista, desde luego. El aifon, al suelo. Ni dos días tenía el cacharro. El Matías lo ve en el suelo, apesadumbrado, y también la mujer, la Virtudes, que al contemplar la escena se acercó raudo a él y le estampó un cogotazo mismamente que si quisiera matar un conejo.
-¡Gañan, que eres un gañan! ¿O es que crees que los regalan? –le dijo antes de volver a la tertulia que mantenía hasta entonces con otras mujeres, que a partir de entonces, y con la connivencia de la Virtudes, empezaron a ponerlo de vuelta y media.
El Matías que me viene y me lo enseña todo compungido.
-¿Lo tenías asegurado? –le pregunté.
El Matías meneó la cabeza y después miró de reojo a la Virtudes, que le lanzaba cada miradita. Me volvió a mirar, como buscando consejo y consuelo, y la reacción me salió del alma:
-¡Opacandastail!
Pues eso, si no queréis que os pase lo mismo que al Matías, asegurad ese aifon que tenéis, por Dios, por lo que pueda pasar. Os lo recomienda vuestro amigo Argimiro, el Garantizador.
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