Jesús Martín. 50 años. Sarmentoso, de pelo ya encanecido pero andares joviales. Nada de recién llegado a las nuevas tecnologías; sabe cómo son y cómo funcionan. Por eso le han regalado un iPhone 4. Una maravilla en sus manos. Lo que no imaginaba es lo que vendría después de tan sencillo gesto…
Apenas lo ha desembalado de la caja cuando recibe la visita de un vecino. Ahí está, Matías. Dos años más joven pero físicamente más envejecido de lo que marca su DNI. Un crack, el tipo, La Larousse andante; sabe de todo y de todos. Por eso se permite dar consejos y recomendaciones. Nada escapa a su poder; todos los vecinos lo temen. En las distancias cortas es imparable. Y lo sabe. Y a él también le han regalado recientemente un Smartphone. Y como ha pasado por ello se cree en la potestad de pontificar acerca de ello. Y Jesús, su vecino de rellano, ese mismo al que sablea de vez en cuando en el bar de abajo, hoy es su víctima propiciatoria. Aunque ni uno ni otro lo sepan.
─ Veo que te han regalado un buen teléfono…
─ Bonito, aunque me va a costar hacerme poco a poco con él ─Jesús observa el tenue brillo que desprenden los colmillos de su vecino.
─ Hay que ver lo que cuestan estos cacharros… ─admite sibilinamente mientras extrae el suyo de un bolsillo de su pantalón─ Eso sí, ¿a que no sabes lo primero que hice? ¡Un seguro! Y a ti también te interesaría hacerlo…
Jesús Martín recela del ofrecimiento. Matías se convierte en una máquina andante que vomita datos, cifras, estadísticas… Todo aquello que tenga que ver con accidentes relacionados o protagonizados por teléfonos móviles como el de ambos. Las veces que se caen, los líquidos que se pueden verter encima e inutilizarlos definitivamente… Y Antonio Jiménez. Su cuñado.
─ Lleva toda la vida en esto de los seguros y es el que me ha hecho el mío para el cacharro éste.
Ahí le has dado, piensa Jesús. La perorata tenía un objetivo bien definido: vender los seguros de su cuñado. Implacable, Matías prosigue varios minutos más desgranando la vida y milagros de las pólizas y seguros que vende su cuñado. Aún resuenan en su cabeza cuando el vecino decide regresar a su cabeza, no sin advertirle de que al día siguiente le traerá los papeles para hacer un seguro que proteja esa maravilla tecnológica que le han regalado.
Varios días después de la visita de su vecino, Jesús Martín recibe la póliza suscrita con el cuñado de su vecino. Lee los términos y se le erizan los pelos como escarpias: más allá del coste de la prima, que considera algo desorbitada, le sorprenden varias cláusulas que recuerda haber leído por curiosidad en otras compañías, y que aquí no encuentra ni por asomo. Con la tentación de haber sido timado, Jesús Martín acude a ver a su vecino para recibir las oportunas explicaciones. A él no le encuentra pero sí a su mujer. La mujer, inocentemente, escupe las verdades que Matías se ha guardado en todo momento:
─ Sí, mi hermano ─parece lamentarse mientras se frota los dedos de la mano izquierda con los de la derecha, como pidiendo disculpas─ Yo no quiero saber nada de sus líos pero mi marido sí. Dice que anda en cosas de seguros. Lo sé porque Matías no mueve un dedo ni ayuda a nadie si no saca tajada de ello. Liante el uno, liante el otro. No me pregunte por la confianza de la compañía para la que dice trabajar porque la desconozco. Algún día le cogerán. A mi hermano, digo. No escarmienta. Y al otro, a mi marido, también. Por tonto.
Jesús Martín regresa a su casa desazonado, con el ánimo de haber sido protagonista de una estafa, pequeña, es cierto, pero estafa, y sin saber aún si su Smartphone estará o no realmente asegurado. Y sin la posibilidad, por mínima que sea, de reclamar o pedir que le anulen lo que creía haber suscrito: un seguro a todas luces tan sospechoso como un billete de siete euros.
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