Ocho de la mañana. Sueño y prisas. Mala combinación. La cafetera rezuma un delicioso olor a café recién hecho que se expande por toda la cocina. Silba. El café ya está hecho. Aún queda algún que otro retoque antes de desayunar y salir hacia el trabajo. Es el escenario para una tragedia perfecta. Pero, ¿aquí quién es el muerto? ¿Os lo imagináis?
Marisa llega tarde. Como casi siempre. El vapor de la reciente ducha todavía se escapa por la puerta del cuarto de baño. Una cortina ligera y suave que destila cierto calor, y que se une al de la mañana, que amenaza jornada insorportable; como todas las anteriores de un incipiente y veraniego mes de junio. Lleva la falda arrugada, de corte sencillo, negra y lisa. Se coloca el cuello de su camisa blanca, también con alguna que otra arruga. Primera llamada de la mañana. Coge su smartphone (¡"por fín el nuevo iPhone!", dijo cuando lo tuvo por primera vez entre sus manos), pero no le apetece contestar y lo deposita nuevamente sobre la encimera, a la vista. Bosteza. Ya lleva unas cuantas, y no será la última vez que lo haga. El tostador le avisa de que las tostadas están listas. Y la revista de decoración, también. Aunque sea en cinco minutos necesita llenar el estómago antes de marcharse a la oficina. El día será nuevamente intenso.
Otra vez el teléfono. Lo mira de reojo mientras unta las tostadas. Decide silenciarlo. Así no dará más la lata. Ya no suena; ahora vibra. Da igual, dice Marisa. No le piensa hacer caso. Saca su taza y la coloca en la encima junto al flamante iPhone. Acordes de tragedia. Cierra los ojos; hoy le está costando despertarse más que otros días. Anoche tenía una cena y se alargó más de lo previsto. La revista está abierta por un reportaje de una suntuosa casa de las afueras de Barcelona. ¡"Qué pinta tiene!", masculla mientras sueña que ella es la dueña de dicha casa. Por eso se queda embelesada viendo las fotos: jardín, piscina, escalinata de mármol y unas impresionantes vistas al mar... Sin apartar la mirada del objeto de sus deseos, coge la cafetera y derrama un buen chorro de café sobre la taza... O al menos eso le parece a ella.
De pronto, se queda paralizada. Ese sonido no le ha gustado en absoluto. No ha sonado al de siempre, al que produce el café cuando rellena la taza. Cierra por un momento los ojos; ahora no por culpa del sueño, sino porque es consciente de la tragedia. Bisbisea "¡no, por favor!" rápidamente y hasta en tres ocasiones y centra su mirada en la vacía taza. Le tiembla la mano, que aún sostiene la cafetera. Abre los ojos, poco a poco, queriendo negar lo que no quiere ver y que, finalmente, ve: ¡el café ha caído sobre el iPhone! Marisa suelta la cafetera, coge un trapo con enorme celeridad y trata de secar el terminal entre interminables bisbiseos.
Consciente de que, más que posiblemente, el café caliente que debía despertarla y correr por su estómago haya acabado con su flamante iPhone. Y recordando las palabras de su amiga Irene, que ahorra surcan su mente como una pesada y negra nube cuando le acompañó en el momento de la compra: "¿Por qué no lo aseguras? Yo tengo el mío asegurado...".
Para todo lo demás, TeLoGarantizo.
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